martes, 27 de noviembre de 2012

Las trampas del lenguaje (I)


El modelo social marca una clara diferencia entre los términos discapacidad y deficiencia. Mientras que la segunda no es más que la descripción del estado físico de una persona con una pérdida o alteración de determinada estructura o función corporal, la primera hace referencia al comportamiento y participación en la sociedad de cualquier persona con una(s) deficiencia(s) concreta(s) en un contexto biográfico, físico y social determinado. En consecuencia, lo que debiera hacer que se defina a una persona como “discapacitada” o “con discapacidad”, no es su cuerpo o la deficiencia que tenga, si no lo que esa persona hace, su comportamiento.
Por supuesto que la biología es clave, “sin biología no hay biografía”,  necesitamos un cuerpo para comportarnos, para relacionarnos y construir(nos). Pero éste no es suficiente, de poco nos servirá tener un sistema visual perfecto si estamos en la más absoluta oscuridad, necesitamos  además motivos para querer mirar y un contexto accesible que active, construya y dé sentido a nuestro equipo sensorial.  Buscar la discapacidad  en el cuerpo  equivale a buscar el talento de Maradona en su pierna izquierda o el de Bernini en sus manos.
Detalle de "El éxtasis de Santa Teresa" de Bernini
Es por tanto lo que las personas hacen lo que debiera definir la discapacidad. Como comenté en este post de Alfonso Alcántara (@yoriento), las acciones (caminar, comer, hablar, coger, soltar, levantarse, besar,...) se nombran a través de verbos, y éstos expresan una propiedad relacional y no esencial de las cosas o los sujetos. Las conductas son interacciones de personas concretas en un contexto determinado y esta  interacción  no está en el interior o en parte alguna del cuerpo de los individuos. Por tanto una persona no es discapacitada, sino que simplemente, como el resto, interactúa.
No obstante, por múltiples motivos, algunos de ellos relacionados con la economía del lenguaje y la facilidad a la hora de comunicarnos, se produce un proceso de sustantivización. Es decir, afirmar que alguien es discapacitado o que tiene una discapacidad es una manera rápida de decir que una persona  con una estructura corporal y funciones determinadas, con unos motivos concretos y en un contexto dado se comporta de una manera y no de otra.

Hasta aquí todo bien, siempre y cuando se tenga claro a qué hacen referencias estos términos.  Los problemas comienzan cuando se olvida este proceso de generalización y la perspectiva relacional que está detrás de dicho término y cuando se transforma lo que nos servía como descripción abreviada de una forma de interaccionar con el entorno en su propia causa. Parece así que es la suerte, la voluntad de dios o la divina genética  la responsable y que nada tiene que ver la capacidad con decisiones adminsitrativas políticas, arquitectónicas, educativas,...

Nada mejor que un buen juego del lenguaje para dormir tranquilos y espantar nuestra 
respons-(h)abilidad. Una jugada maestra.

2 comentarios:

  1. Excelente reflexión Manuel. Y esa última frase... a mi blog de notas, por supuesto.

    Lo de la economía del lenguaje es tremendo, vamos a tener que trabajar un poco la palabra para devolverle también la dignidad, me refiero a entender aquello del corto y el largo plazo. Y muchas gracias por el enlace.

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Gracias Isabel,

    el enlace era inevitable. Me da la sensación que a veces tu blog y el mío, incluso antes de saber uno de la existencia del otro, juegan a ciegas a improvisar un pequeño libro de ensayos común y que algunas entradas se enlazan y se complementan entre sí.

    Ahora, volviendo a leerla, me doy cuenta de que si en algunas de las frases de tu entrada se cambia la palabra "espacio" o "Calle" por "lenguaje" sigue todo teniendo tanto sentido...
    Habrá que colonizar no sólo el espacio público, también el lenguaje común.

    Lo dicho, mil gracias.
    Un abrazo

    ResponderEliminar