Enfermedad y sufrimiento no son una misma cosa. Como tampoco lo son la enfermedad y las conductas "extrañas" o problemáticas de personas diagnosticas de TOC, esquizofrenia o
TDAH. Pareciera que desterrar de la biografía el sufrimiento, el llanto, la ansiedad, el insomnio, la depresión, las obsesiones o los problemas de atención y mandarlos al exilio de las hormonas y del cerebro nos liberara de la angustia añadida de no entender porqué nos ocurre lo que nos ocurre y a la vez nos situara en un escenario de comprensión por parte de los demás y de esperanza en soluciones que la terapia química habrá de traer. Al menos esta es la quimera a la que contribuye el lenguaje común, la cultura, la información que de las
enfermedades mentales se ofrece desde los medios de comunicación y hasta el propio trabajo académico y profesional de una mayoría de psiquiatras y psicólogos.
Pero esto no es más que una construcción verbal, una ilusión que no es más cierta que la realidad que ella misma genera. No es más que una impostura que termina por hacerse real y trasformar lo "extraño", lo molesto o el sufrimiento en enfermedad. Así, muchas veces, más allá del alivio que da encontrar un nombre y una causa a tu malestar, y como la vida hay que vivirla del cerebro y de las puertas de las consultas para afuera, asumir este papel de enferma termina por atraparte en una espiral de porqués y esperas, hasta terminar por no ser tú el que tiene una enfermedad, sino la enfermedad la que te tiene atrapado a ti, la que decide por ti, la que marca el ritmo de tus posibilidades y de tu vida.
Negar que los problemas psicológicos sean una enfermedad no es negar que existan, que provoquen sufrimiento o que puedan necesitar apoyo profesional. Significa, que a diferencia de enfermedades físicas como la diabetes o la gripe, los trastornos psicológicos no son entidades naturales, independientes de cuestiones biográficas y culturales o de las concepciones e interpretaciones que se tengan de ellas. Y al ser esto así, a diferencia de las enfermedades físicas, no existen para los trastornos “mentales” marcadores biológicos, análisis, neuroimágenes o cualquier otra prueba biomédica concluyente para su diagnóstico específico.
La mayoría de los problemas psicológicos y su tratamiento no es principalmente cuestión de contenido, de recuerdos, emociones o pensamientos negativos que tengamos dentro, que nos molestan y que a toda costa haya que eliminar. Tampoco es un problema del cerebro enfermo o químicamente desequilibrado que haya que alterar o re-programar. La mayoría de los problemas psicológicos y su tratamiento es asunto de estrategia : de conocimiento y definiciones, de valores, objetivos y de acciones y de las relaciones entre ellos, de la experiencia de las situaciones vitales, de la forma de vivir las dificultades y, en fin, del modo de enfrentar los problemas de la vida.
La enfermedad y el sufrimiento no son una misma cosa, pero a veces necesitamos de la enfermedad para hacer nuestro sufrimiento más llevadero y espantar fantasmas e incomprensiones propias y ajenas. Y por eso funciona. Porque necesitamos que nuestra ansiedad, o nuestra depresión, o la conducta perturbadora de nuestros hijos no sean un capricho, que nuestro "no poder tirar" con la vida, de las cosas,... no suene a no querer o debilidad. Pero aunque enfermedad y sufrimiento no sean una misma cosa tenemos derecho a sufrir, a ser vulnerables, y débiles, y extraños, y a no poder y a no saber sin que necesariamente tengamos que estar enfermos o sin que necesariamente algo funcione mal ahí dentro.
Cuando sufrimos, cuando algo nos va mal psicológicamente tenemos derecho a que nos escuchen y a pedir ayuda y a que nos ayuden personal y profesionalmente, tenemos ese derecho más allá de estar enfermos o no, sólo por el hecho de ser humanos. Y a la vez necesitamos un fuerte compromiso con nosotros mismos, aunque sea difícil y duela, para sacar del exilio del cerebro y la enfermedad a nuestros problemas, nuestros recuerdos, nuestras lágrimas y sufrimientos, para situarlos de nuevo en nuestra vida, y aceptar la responsabilidad de trabajar con ellos en escena para vivir nuestra vida, que es la vida misma, con sentido y plena. A veces como un mar en calma, otras como una tormenta.
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